El sacrificio de los padres.
Mi padre al casarse dejo todas sus ilusiones, sus jovis
(Hobbys). Solo pensaba en sus hijos y en el taller de cerrajería.
Le iban
naciendo los hijos. Mi tío, hermano de mi padre, con el que trabajaba en el
taller de cerrajería también tuvo tres hijos.
Ha sido para nosotros lo mejor; ¡Su
amistad!...
Los dos hermanos parecidos en edad, se querían mucho e iban
a todos los lugares juntos.
Nos llevaban al rio de Paracuellos de Jarama y nos enseñaban
a nadar.
Nuestro tío tenía un sidecar grande que lo acoplaba a la
moto, subíamos en él y cabíamos los cinco niños.
Nuestras madres con mi padre iban en tranvía. Llevaba mi
madre los caracoles ya hechos, la tortilla, etc.
Me acuerdo que le decíamos a mi tío "¡corre! ¡corre!" El adelantaba a los vehículos. Al ser domingo había
pocos coches por la carretera. Cuando volvíamos del rio le decíamos lo mismo. Lo pasábamos
muy bien.
Algunos domingos, íbamos al parque de Retiro. Todavía no
había nacido mi hermano.
Mis tres primos eran dos varones y la niña. Ella murió
algo después con 5 años.
La única foto que tengo de mi tío hecha por ellos, es donde están los
dos hermanos con mi abuela paterna, nacida en Pegalajar, provincia de Jaén.
Ella
y su hermana eran de familia acomodada, pero en aquella época era costumbre en algunas
casas que las mujeres se quedaran en casa haciendo las labores de la misma.
Siempre me ha chocado el machismo
¡Que comportamiento tan extraño!.
Los hombres
de esa familia tenían sus estudios: el alcalde, el médico,
un tío cura, el
practicante, etc.
Mi abuela se casó con el abuelo que era agricultor, muy a disgusto de la familia de ella. Su hermana se casó
con un maestro músico. Ellas dos cambiaron
de vida al casarse.
En la foto esta mi padre vestido de torero, su madre y mi
tío socio de mi padre, con su traje de
aviador. Estaba haciendo el servicio militar voluntario (por lo que leo en el reverso de la misma). Estuvo
en Tablada (Sevilla) el 22 de marzo de 1928.
En esa época, al servicio voluntario le llamaban "de cuota”. Por esa razón se pagaban ellos los trajes de militar.
En mi casa se comentaba
muchas veces lo que se querían los hermanos. Todos fueron muy buenos hijos.
Pasado el tiempo mi padre pensó que era mejor separarse de
su hermano y socio, porque el taller que siempre fue muy bien,
por circunstancias
de la posguerra había menos encargos. El pensó establecerse por su cuenta.
Le dejo todo a su hermano y sobrinos; local y taller, sin
pedirles ningún dinero. Ya dije que mi padre era muy generoso.
El sitio donde quiso establecerse, era la casa de su tía con
la que vivió hasta que él se casó.
Ella había fallecido dejándole el derecho de la casa que
era en alquiler.
Mi padre puso en la casa el taller cerrajería, que era
puerta calle. Había que bajar tres escalones. Recuerdo lo agradable que era esa
casa. En invierno al dar al este era caliente, en verano al ser bajo era muy
fresco. La casa tenía dos entradas una por la calle, la otra entrada era por la
portería. Al hijo de la portera lo tuvo mi padre un tiempo de aprendiz
cerrajero.
El edificio de la casa tenía dos plantas. Todos los bajos se
dedicaban a la industria.
En el nº 39 de nuestra acera había comercios pequeños; una
peluquería de caballeros, la cerrajería de mi padre, una tienda de frutos secos
y la panadería, que hacia esquina y era tan grande el local que se doblaba la
esquina, daba a un pasadizo sin asfaltar y este era muy largo. Daba a un patio con
muchas viviendas. La panadería también tenía entrada por el patio, pues era
vivienda y se acedia a esta industria por la calle o por el patio.
También la portería tenía dos entradas;
una por la carretera de Aragón y la otra por el mismo patio. Si subíamos la
escalera de nuestro portal, llegábamos a la galería desde donde veíamos el patio.
Vuelvo al taller que puso mi padre.
Según se entraba al
portal de la casa, a la izquierda estaba la casa de mi familia. La puerta de
madera muy gruesa y la parte de arriba tenía cristal para dar luz al interior. Ese lugar era la cocina de la casa. Por la noche se
cerraba con un tablón grueso de la misma calidad de la puerta. Esta tenía dos
carriles; uno abajo y otro arriba para introducir la tabla y asegurar la entrada
de la casa. Había que bajar dos escalones para entrar a la cocina que era muy
grande. Tendría 12 m/2, con un fogón muy antiguo. La base haciendo cuña a un lado
y otro de la pared, muy cómoda para guisar.
Para acceder a la
otra pieza desde la cocina, la puerta también tenía cristal para dar luz. Había
que bajar un escalón y es donde era el comedor tendría 14 m/2, daba a la calle
de la Carretera de Aragón. Había otra habitación también bastante grande, pero
era interior sin ventana. La puerta también con cristal para que entre la luz. Ahí
mi padre puso el banco de trabajo. Hacia romanas, arreglaba cerraduras y hacia
llaves. No había mucho trabajo y despidió al aprendiz hijo de la portera. Yo le
ayudaba a sujetar la romana para marcar los números etc... Ya la gente no
disponía del dinero como antes.
En ese tiempo, mi madre ayudaba a los gastos de la casa
cosiendo;
Alguna vez la traían de los pueblos harina o aceite y mi
madre lo vendía. Yo alguna vez la acompañaba. Cuando era cerca y conocida me
enviaba sola. Además de tantas cosas que pasaron en la guerra, fué más penosa la posguerra.
Hasta que cumplí los 14 años que llego Dª Eva Duarte de Perón y trajo trigo, no podíamos
comprar todo el pan que se necesitaba. Pero eso fue mucho después, en el año
1950, porque estuvimos más de 10 años comprando con la cartilla de
racionamiento.
Daban a razón de los miembros que hubiera con la cartilla
acreditada. El precio era mucho más bajo.
Había en mi calle tres tahonas buenísimas. Es donde con la
cartilla te servían las cinco barras para los cinco miembros de mi casa.
En una
ocasión me dieron una barra de más del racionamiento, se la devolví en el
momento, se lo dije a mi madre y se enfadó mucho conmigo. Cuando se disponía de dinero, lo comprábamos de
“estraperlo”. Si necesitabas más tenías que pagarlo muy caro y en la calle. ¡El pan era fundamental en esa época!. También se vendía en algunas casas. Yo nunca
tuve hambre, ¡pero sí de pan!.
Mi madre
me decía; "¡cuando haya de sobra, te colgare uno al cuello para que te
hartes!". Esa anécdota la comento de vez en cuando a mis hijos. ¡Me gusta el pan!
También los hijos aportan algún sacrificio.
Mi tío murió cuando mis primos tenían edad de trabajar. Sabían
el oficio, porque cuando salían de la escuela iban al taller para aprender. Como tenían oficiales desde hacía muchos años les
ayudaron. Mi padre iba de vez en cuando para orientarlos en lo que hiciera
falta para que el taller fuera como siempre.
Con el tiempo, mi padre tuvo que colocarse en una empresa
del estado; el "Parque Móvil "en Cea Bermúdez. ¡Qué cosa tan extraña en él, si
siempre había sido autónomo!. Yo sé que
lo hizo por nosotros. Después de la
guerra no se podía elegir. ¡Hay que sacar a la familia adelante! En ese trabajo el sueldo era muy bajo, pero tenían
puntos por los hijos. También le daban casa en alquiler en el mismo parque y no
quiso. ¡Todos nos alegramos que no lo cogiera!. Me acuerdo que mis padres lo
hablaron, ¡No querían dejar el barrio de
Ventas!, ni la casa en la que se crio mi padre con su tía.
Mi madre aprovechando que el taller de
cerrajería estaba libre (ella siempre ha sido muy
decidida y trabajadora), pidió un préstamo a una hermana y licencia para poner
una tienda en el mismo lugar, ya que había tenido un puesto de hilos en el
mercado de Canillas, como dije anteriormente. Arreglaron el local con un
familiar carpintero, poniendo anaqueles de madera, el mostrador de segunda
mano, pusieron hilos, jabones, juguetes, botijos, cazuelas de barro etc. La
llamaban “cacharrería”. Yo iba con mi madre a elegir los juguetes y se lo daban a
plazos. Mi madre también daba plazos.
¡Siempre recordaremos a la tía de mi padre con mucho
respeto y cariño!. Sin ese local ¡nunca hubiéramos podido hacer todo lo que se
hizo!. Para las fiestas de Nochebuena, fin de año y reyes, se sacaba a la
calle las cazuelas de barro para los
asados. Para reyes también ponían mis padres un puesto muy alto y ancho, tipo
escalera, con muchos estantes para vender juguetes. ¡Lo justo llegábamos mi
hermana y yo!. Para nosotras no había Reyes. Me agrada recordar que venían amigos
de mis padres, los que de jóvenes hacían las rondallas con guitarras, bandurrias,
acordeones, a felicitarnos las Navidades.
Refiriéndome a que no teníamos juguetes… si jugábamos con el
diábolo. Siempre había alguna niña con uno y jugábamos todas. Hacíamos con
botones grandes el yoyo y el juego con la peonza era muy común en l@s niñ@s.
En la tienda se vendían cordeles de diferentes gruesos, nos daban uno para jugar
a la comba, había un poste frente a nuestra “cacharrería”.
Como la acera era muy ancha, podíamos jugar sin estorbar a
los viandantes. Atábamos la cuerda al poste y una niña sujetaba el otro cabo
para tensarla, saltábamos. Si no la rozábamos se ponía más alta, así hasta que
se tocaba con el pie. El castigo por rozar la cuerda era sujetarla. También
saltar a la comba era muy corriente, divertido y deportivo. En esa época no se
subvencionaba el deporte como ahora.
Por reyes, éramos las que estábamos fuera para los
juguetes. Mi madre estaba dentro de la tienda.
Si no llovía o nevaba, se sacaba el puesto todo el mes de
diciembre hasta el cinco de enero. Estos, se vendían muy bien. Al día siguiente
de reyes no quedaba ni un juguete y con lo que se sacaba procuraban pagar todos
los gastos. Siempre quedaba alguna factura por pagar.
Con la “cacharrería” al estar mi casa más desahogada
económicamente, me enviaron a una escuela particular por Ciudad Lineal. También
fueron algunos hijos de los comercios vecinos. Se notaba que se estaba levantando
cabeza de la posguerra. Estuve un año. A los 12 años mi madre quería que yo
fuera modista como ella, mi abuela y todas mis tías, porque en mi familia se
pensaba que ser aprendiz es lo que te hace ser mejor oficial. Yo pienso igual
que ellos; es mejor iniciar un oficio como aprendiz. Fuí a dos talleres
conocidos de mi madre y en ninguno estuve a gusto. Aprendí a sobrehilar muy a
disgusto; ¡me quejaba!. Tan pequeña,
me ponían los vestidos en una caja grande
para entregárselos a la señora en su casa. Me enviaban por Manuel Becerra, Alcalá...
Estaba lejos de mi casa. Al ser aprendiza, recogía alfileres que se caían al
suelo y me aburría. Me despedí y me quede con mi madre para ayudarla.
Como la tienda no iba del todo bien, ella seguía cosiendo en la trastienda
y yo me quedaba en la cacharrería. Mientras no había gente en la tienda,
cruzaba la carretera para alquilar tebeos. Echo de menos los tranvías y el
movimiento que había en las Ventas ¡con tantos comercios!... La carretera de
Aragón era muy ancha. Los coches de doble sentido, los tranvías iban y venían
muy a menudo, el tranviario tocaba la campana cuando veía cruzar a la gente. A
veces iba tan lleno, que algunos jóvenes se subían a los lados del tranvía y
por la parte de detrás con los cuerpos
fuera. Ya no podía subir más gente. Se solía decir; ¡va el tranvía
hasta los topes!...No había semáforos y casi nunca había atropellos, pero
si muchos frenazos de los coches.
Cruzar la carretera era lo más corriente. En la acera de enfrente son los
pares y pertenecía a Vicálvaro. Nosotros estábamos en los impares, que
pertenecía a Canillas. Había un quiosco con chucherías y tebeos y yo sacaba del
cajón el dinero para alquilar los tebeos. Los que más me gustaban eran los de
Roberto Alcázar y Pedrín, El Guerrero del Antifaz, Purk; el hombre de piedra, las historias y
cuentos de hadas…
Leía todo lo que venía a mano. Tenía mi padre un baúl con los libros de
medicina. Como lo tocábamos todo eso lo teníamos prohibido, pero yo cuando
podía intentaba abrirlo. Una vez lo pude abrir. ¡Lo estaba leyendo con tanto
entusiasmo, que cuando sentí que mi madre llegaba a casa, cerré de golpe el
baúl! No lo volví a abrir, pero estuve
soñando que me pillaba mi padre muchos años.
Cuando mi madre terminaba de coser los pantalones de varias tallas, íbamos
todos al rastro con los pantalones que ella hacía; lo vendíamos todo.
Gracias a
que mi madre se apoyó en mí, pude vivir su “Odisea”. Si no hubiera sido así,
hoy día no podría escribir esta historia tan verídica. Pasados los años he
comprobado ¡Que al ser humano por muchas cosas que le ocurran puede salir
adelante! En cualquier tiempo y en cualquier circunstancia, si se le deja o se
le ayuda. ¡También si la persona se lo
propone! Querer es poder. Pero que sea
siempre honradamente. Y digo si se lo propone, porque yo que pasé un cáncer en
el mil novecientos noventa y tres, gracias a un buen equipo médico y a mis
ganas de vivir lo pude superar. Estoy perfectamente con ganas de disfrutar y
trabajar.