sábado, 27 de abril de 2013

013

Trabajos que dan sus frutos
Mi hermano todavía era muy pequeño, cumplía los 10 años y solo pensaba en estudiar y jugar. Algunos domingos iba al Parque de Retiro con su colegio La Salle. Nos traía cajitas de jabón Heno de Pravia. Ya empezaba a gustarle el deporte como a nuestro padre y tíos, iba a patinar a la Avenida de los toreros porque había una gran explanada y mucho sitio para correr. Aprendió a nadar con mi padre, pero no le atrajo el ciclismo como a ellos. Cuando salíamos al campo y al Rio Jarama o de Paracuellos, algunas veces le gustaba pescar con ellos. Recuerdo que íbamos a la escuela de mi hermano La Salle, invitadas por los profesores cuando hacían la fiesta fin de curso. En una ocasión fueron a actuar los que después fueron muy famosos Tip y Coll.
  
Nosotras seguíamos con nuestro trabajo y mi madre administraba lo que yo la entregaba. Nos ayudó muchísimo con la limpieza de las toallas, ella se encargaba de todo y seguía haciéndonos la ropa. A diario íbamos con bata blanca hecha por nuestra madre, hoy día no gusta. En aquella época no se sabía quién era la dueña o encargada de la empresa, todas  íbamos Iguales. A mí me gustaba mucho ese uniforme. Cuando empecé este trabajo, era costumbre ir de blanco y lo lleve desde que fui aprendiza hasta que deje el oficio. Con el tiempo, a las  peluqueras les parecía mejor un cambio de estilo con la ropa y se fueron quitando esas batas. Empezaron los uniformes muy graciosos para las empleadas. Nosotras teníamos señoras de todas las clases sociales. Para mí, tan importante era nuestra portera que venía para arreglarse el cabello, como la señora de un embajador, que en esa época el chofer llegaba con su traje de librea. Cuando salía del coche la señora, las clientas que la veían bajar, decían; ¡Mira quién viene!. Yo no lo veía porque estaba trabajando. Cuando bajaba los escalones de la peluquería, hacían como si no hubieran visto nada, aunque chocaba. Ahora no se ve un chofer con traje de librea. ¡Pasado el tiempo no se da importancia a esas cosas!. En aquella ocasión al ser verano teníamos las puertas abiertas y con unas cortinas tipo cáñamo de colores para evitar las moscas. Daba gusto trabajar en verano, porque era muy distraído ver pasear a la gente por la acera tan ancha. Pasaba el tranvía, los coches...



 Ahora, en estos tiempos, no se sabe quién es la persona que acude a tu establecimiento. En aquella época nos conocíamos casi todos. En invierno con la nieve cerrábamos la puerta y sin tener calefacción se estaba de maravilla por ser planta baja. Como dije en anterior ocasión, había que bajar tres escalones. Unas de mis primeras clientas eran dos hermanas. En algunas ocasiones las gustaba decir cómo me conocieron. Decían;" Emma, venía a peinarme a casa con calcetines...". Las conocí a las dos cuando ellas tenían más o menos los cuarenta años y estuvimos mis hermanos y yo peinándolas mucho tiempo, hasta que ellas tuvieron los  noventa años. La mayor de las hermanas estaba casada, el marido tenía una carnicería. La hermana pequeña no se casó y vivió siempre con ellos. El trabajo de la hermana pequeña era estar en la carnicería de cajera, para cobrar a las clientas de su cuñado.
Era muy alta, vistosa y elegante. La preguntaban donde se peinaba y me recomendó mucha gente.
También ellas fueron recomendadas por otras señoras del barrio de Ventas. Nos hicimos muy amigas y nos apreciaron mucho. Vivian en la Carretera de Aragón. La carnicería estaba en el mercado de Canillas. Las gustaba contar la anécdota de los calcetines cuando había gente. Cuando conocieron a mi hermana también la quisieron mucho.
  
Fue muy importante para mí, el respeto que nos tuvieron las clientas a pesar de lo muy jóvenes que éramos. Durante la semana trabajábamos desde las ocho de la mañana todo seguido hasta las ocho de la noche. Siempre quedaba gente dentro, se nos hacía muy tarde. Algunas veces terminábamos a las 10 de la noche. Las mujeres de los comercios cuando cerraban los suyos, se acercaban a nuestro local para ver si las podíamos arreglar. Las cogíamos, cerrábamos y quedaban dentro. Cuando terminábamos mi hermana y yo de arreglarlas salían por el portal. Ya hable de ese portal en otra ocasión. Teníamos la entrada por la calle y por el portal, pero desde la calle se veía luz y los amigos de mi padre se lo comentaban; "Tus hijas trabajan mucho...". A mi padre no le gustaba. El tema de siempre era el mismo. Él nos decía; "¡las niñas se marchan a su hora y vosotras teníais que hacer lo mismo!" Pero mi padre no sabía lo que es este oficio, porque la gente al día siguiente tenía que abrir sus negocios y las venía muy bien que yo las cogiera.
     
  

miércoles, 10 de abril de 2013

012


La peluquera debería tener vocación.
La buena peluquera, su oficio, tiene un parecido a todo trabajo que se hace con gusto y sobre todo con vocación, como médico, psicólogo, practicante, pedicuro, masajista…todo lo que sea manipular a la persona. Esta debe ser conocedora o experta de su profesión por ser una responsabilidad de todo lo que tiene en sus manos. También está el tema de saber escuchar y que no lo divulgue como si fuera cualquier cosa. Mientras atiendes a las clientas te hablan de sus cosas, sobre todo cuando tienen que estar horas con nosotras.  Por ejemplo con las permanentes de los años 50, eran muchas veces hasta dos horas. Todavía se hacían en caliente con los saquitos de carburo. Con este trabajo había que tener mucho cuidado. Al hervir el carburo, el vapor goteaba y podía pasar al cuero cabelludo. Lo escurríamos muy bien apretándolo con las dos manos para no quemar a la señora. Poníamos algodones entre los aparatos  para que no goteara y teníamos mucho cuidado. El sistema era complicado. 

Se ponía primero el fieltro que estaba abierto como si fuera un ojal. Este era rectangular de unos seis centímetros por tres, se introducía el mechón de cabello y a continuación el sistema que sujetaba el rulo. Enrollábamos el pelo con el rulo y después poníamos el saquito de carburo y la pinza de la maquina Eva. Cuando llegó la permanente en frio, ¡fue la solución a tanto trabajo y riesgo!. El tinte también lleva tiempo, todo el trabajo es muy delicado y responsable. A veces había señoras propensas a las alergias y hacíamos las pruebas. Estas eran aplicando un poco de tinte detrás de la oreja. Al día siguiente si no hacía reacción se le teñía. 

En mi época se peinaba muy diferente a lo que se hizo dos décadas después. En los años 70 cambió la moda y se empezó a trabajar con secador de mano; el brushing. Fué muy bonito el trabajo, pero menos elaborado. Cuando yo empecé primeramente se ponían los rulos, o también se hacía “sortijillas”, ¡Así lo llamábamos!. Estas “sortijillas” las hacíamos en toda la cabeza. Lo importante era colocarles muy bien las líneas, porque después de seco el pelo se trabajaba mejor y podíamos hacer de ese modo, ondas, bucles, moños artísticos, melenas muy sueltas y elegantes. ¡Siempre nuestras ayudantas nos lo preparaban  bien!. Era la base de todo. Nuestro trabajo era muy conocido y las clientas nos lo decían muchas veces ¡es muy bonito, duradero y original!. Era nuestro estilo. 
 
La peluquera que me enseñó de Ricardo Ortiz, que está cerca de Ventas, vino a verme con su esposo. Cuando les vi llegar me lleve una sorpresa muy agradable. ¡Fui su aprendiza un año!. Me dijo que había oído hablar mucho de mi trabajo y quería comprobarlo. El público que tuve, ya no pudo ser mejor. Recuerdo que nos decían… ¡qué suerte tenéis! Siempre tanto trabajo. Yo pienso que la suerte está en trabajar lo mejor posible. También me decían las personas que acudían a nuestro local, que las agradaba mucho las toallas tan limpias. Algunas clientas, aunque llevaran mucho tiempo viniendo no sabían que éramos hermanas. Al enterarse, se extrañaban por lo bien que nos entendíamos, y el respeto que nos teníamos en el trabajo. Nos decían que lo normal y corriente era que los hermanos riñeran en el trabajo. Nosotras con la mirada nos entendíamos, sabíamos lo que teníamos que hacer. 
   
Hubo una moda que a mi particularmente no me gustaba; fué el pelo cardado. Era muy exagerada la altura que se podía hacer con el cabello y la raíz sufría bastante. Esta moda sería en los años 60. Yo si podía no lo hacía. En los años 80 hubo otra moda de los cabellos casi quemados, muy feos. Menos mal que mucha gente no lo quiso. Con lo clásico casi siempre se acierta. Ahora, en este año que escribo 2013 se usa la tenacilla. Vuelven los trabajos bien hechos, como en los años 50. También se emplea una plancha especial para alisar el cabello. Ahora vuelven las ondas al agua y las melenas brillantes, bucles con las tenacillas. Los moños artísticos y favorecedores. En los años 40 se empleaban mucho las tenacillas para hacer ondas y hacer el moño. 
El pelo en la mujer es lo más bonito. Ahora el hombre también se preocupa mucho de su estilismo.