viernes, 27 de septiembre de 2013

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La costumbre de dividir los gastos de la boda.

La costumbre en algunas familias y en la nuestra también, era dividir entre los dos los gastos de lo que se va poniendo en la casa. Esta era en el Barrio Bilbao; la calle se llamaba Arriaga y el número 39. Estaba orientada al sur, con seis piezas bastante grandes. La casa tenía 80 metros cuadrados. La entrada del piso tenía un pasillo muy largo y ancho. Tres piezas daban al lado derecho de la casa; al entrar teníamos el aseo, a continuación la alcoba de matrimonio, después la cocina, continuaba el comedor bastante espacioso con una terraza que daba al campo. La otra habitación daba al este y ahí pusimos el cuarto de estar. Otro cuarto daba al norte y la dejamos vacía de momento.

De la casa en que yo vivía de José Villena a la que sería la nuestra de Arriaga, íbamos andando. Nos suponía solamente quince minutos. Subíamos por la Carretera del Este, era como un paseo. El piso nos costaba 128.120 pesetas. Dimos dieciocho mil quinientas, cada uno de entrada. El pago del piso, seria en el plazo de diez años a 626 pesetas al mes, y 800 pesetas cada seis meses como amortización y los intereses. La parte que le correspondía a él para entrada del piso, la dio al cobrar ese importe, por el busto tallado en piedra que le encargaron los Hermanos de San Juan de Dios, de Ciempozuelos, provincia de Madrid, para el fundador de su Escolanía.

Él seguía con su trabajo. En este tiempo lo hacía por cuenta propia como autónomo. Trabajó en esculturas para enviar a Venezuela, por encargo de los pasionistas. Hizo una Virgen de mármol Blanco Tranco y alguna cosa más. También un cristo de 120 centímetros para Bilbao, dos Ángeles de mármol blanco para Navarra, y dos bustos para el parque infantil, también de Navarra. Hizo varios modelos para un taller de platería y por encargo de una fábrica de repujado en cuero hizo bastantes modelos.

En una de las ocasiones que venía a verme coincidió con una clienta mía, que era la empresaria de los repujados para la que él trabajaba y se alegró que fuera mi novio. Ella no lo supo hasta ese día ni yo tampoco, coincidencias que pasan. Como el trabajo de escultor es bastante inseguro, yo le propuse que se colocara en alguna empresa con sueldo fijo si nos queríamos casar. Me parecía lo mejor para empezar. Buscó pero era difícil. Él seguía como siempre haciendo los trabajos que le iban saliendo. Fuimos arreglando la casa durante dos años. El tiempo pasaba y él iba pagando los plazos del piso y compró los muebles en la Calle de Alcalá, la famosa tienda de muebles Alcalá.  Mis padres también compraron en la misma tienda la alcoba de matrimonio que yo quería. Los muebles de la alcoba disponía de dos butacas grandes, las dos sillas, el armario de cuatro puertas, dos centrales y una a cada lado, la cómoda o “coqueta”,  las dos mesillas y la cama. Las patas de los muebles empezaban redondeadas en forma curva terminando en curva hacia afuera estilo Luis XV muy artísticas. La madera de los muebles era de haya color blanco rojizo, todo tallado e incrustado en color blanco. Las telas de las dos butacas y las sillas, eran en seda color beige y oro viejo, a rayas de dos centímetros de anchas en vertical. La cama era de 1,35 y mi madre hizo la colcha en color blanca y malva, del mismo color que pintaron la alcoba. Estos muebles eran tan grandes, que a los cuatro años de casados como tuvimos que dejar la casa nunca pudimos poner la alcoba tan bien adaptada como en esta casa que tan felices nos hacía.

Él encargó el armario de cocina a un buen ebanista, todo diseñado por nosotros. Lo pintó un primo de ambos como regalo de boda, lo hizo en blanco y parecía esmaltado aunque sin brillo, era satinado. Del interior del armario de cocina me encargué yo. Lo fui decorando por dentro durante muchas semanas. Este armario tenía muchas baldas o “departamentos”. La parte de abajo tenía muchos cajones para todo lo que hace falta, como la cubertería, paños de la cocina, mantelería. No he tenido otra cocina tan bien pensada ni tan práctica y lo más bonito era el centro del armario. Tenía dos puertas acristaladas, donde se veían tres baldas decoradas con unos paños color crudo con volantes bordados con cerezas y encima puse los juegos de té y de café, regalo de una gran amiga. Debajo de la vitrina, había una puerta que se bajaba en horizontal y nos hacía de mesa con los apliques que la sujetaba. Se podía tomar los dos los desayunos por el espacio que disponía entre el hueco del armario y la tabla, subíamos puerta que hacía de mesa y al cerrarse, nadie se podía imaginar, que de ese armario salía una mesa para comer. El armario cubría todo lo que era la pared en horizontal y vertical y como estaba todo muy bien medido, se aprovechó la entrada de la cocina, el hueco que hacía forma de cuña, colocándole una puerta a lo ancho para la escalera, el escobero y la tabla de plancha, todo dentro del armario.Y quedaba todo como si no hubiera nada, igual que si solo fuera pared. Se veían solamente los tiradores. Frente al armario estaba el  fogón y el fregadero de cerámica, a este se le puso un motor y complemento para lavadora. Era hondo y con la forma de tabla para lavar a mano si se quería. Él lo instaló y resultó muy práctico. Se podía fregar la batería de cocina o lavar la ropa en el mismo fregadero.

El comedor, también lo compró él; se componía de una vitrina, la mesa y las seis sillas. Cogió un buró muy bonito para el cuarto de estar, las dos butacas de orejas y el sofá cama, que lo tuvimos 35 años. Al “butacón” como así lo llamábamos y las butacas los estuvimos cambiando las telas tres décadas. Los flejes también, porque era buenísimo y muy cómodo. Era articulado para poder dormir un matrimonio si hiciera falta. La mesa de fumador se podía levantar y abrir y servía para mesa de comedor si se quería usar para ese fin. Era también articulada y muy práctica.  Todos los muebles que compramos, los íbamos llevando a todas las casas que fuimos, menos el comedor. Se quedaron con él los que nos compraron la casa.

Cuando ya estábamos instalados y casados, mi alcoba de soltera me la lleve a la casa. La cama era de metal cromado y la pusimos en la única habitación vacía. Vestimos esa pieza para cuando viniera mi hermana, que se encontrara como en nuestra casa de solteras. Hacíamos planes e intentando decorarla lo más juvenil posible. Después de nuestro trabajo, a veces íbamos para hacer alguna cosa: poner los estores, etc. Nunca coincidíamos él y yo en la casa, pues no estaba bien visto en nuestra familia. El seguía buscando un trabajo fijo y encontró una empresa de terrazos, donde le pagaban 4.000 pesetas al mes. Llevaba cuatro meses en la empresa de terrazos, cuando llego el momento de casarnos. La boda se celebró en la iglesia de La Paloma y la fiesta en los Jardines Torres, local de una clienta de casa y fueron 170 familiares, no pudimos invitar a los que hubiéramos querido por ser muchos los amigos y conocidos. La boda se pagó entre su padre y el mío. El viaje fué a San Sebastián y dejamos en casa para el regreso un dinero para poder pagar los plazos y gastos fijos. Como San Sebastián es muy caro, después de 12 días nos marchamos a Navarra, a la casa de los padres de él para terminar el viaje de novios.

Cuando llegamos a nuestra casa, éramos más felices que nunca. Decían que los felices son tontos, asi que yo fui la más tonta de este mundo. Nos arreglábamos muy bien con su sueldo, que nos cubría todos los gastos de nuestra casa. Todo lo escribo desde niña en mi diario y también me guía la curiosidad,  porque al vivir muchos años veo lo mucho que cambian las cosas. Ahora en el siglo 21 es más curioso e imposible de entender. Tengo desde el año 1962 en que nos casamos mis anotaciones en el libro mayor, que lo llamamos "El libro gordo de Petete". Cada mes teníamos este gasto fijo:

Letra del piso 626 pesetas.
Luz cada dos meses 450 pesetas.
Sereno 5 ptas.
Conservación, comunidad y propina 100 ptas.
Concepto amortización e intereses al semestre 800 ptas.
Gasto de comer dos personas al día 50 X 30 = 1. 500 pts al mes.
Droguería y aseo 100 ptas.

Íbamos al cine los sábados y yo estaba muy contenta. Estuvo siete meses en la fábrica solamente; cuatro meses antes de casarnos y tres meses después de casados. Tuvo que dejar esa empresa porque quebró. Buscaba trabajo en otro sitio,  pero no encontró en ninguna empresa. Pensó que sería mejor seguir trabajando en lo que más le gustaba; ¡La escultura!. Estaba acostumbrado a ese trabajo por su cuenta. Tuvo la suerte de que el Maestro Macías le contrató para trabajar junto a doce escultores en la construcción de un paso para la Semana Santa, compuesto por trece esculturas, La Santa Cena, para una Ciudad de Galicia. Ahí estuvo seis meses y le pagaron bien. Llevábamos nueve meses de casados y habló con un importante aparejador de la empresa constructora que hacía las obras para la Universidad del Opus Dei de Pamplona, donde había que hacer trabajos de escultura. Se le ofreció a él ese trabajo, pero tenía que hacerlo en Navarra.