jueves, 6 de diciembre de 2012

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¡Mi Madrid!
Mi casa de "Las Ventas", es la carretera de Aragón  nº 35 (ahora C/. de Alcalá), perteneciente a Canillas.
Mis padres se casaron en el año 1932 y cogieron provisionalmente la casita. ¡Esta parecía de muñecas!...   
Ellos pensaban con el tiempo cambiar a otra mayor. En la época en que se casaron, el taller les producía gastos que afrontar.
Tenían empleados y lo primero son los sueldos del personal. También los materiales.
La casa; Para entrar en ella había que subir un alto escalón. Tiene un portalón muy alto y ancho que de noche se cierra. Es el “patio".
En  este “Patio” al entrar, los primeros vecinos son 3 puertas a la derecha de la casa desde la entrada hasta el final. 
Frente a este, hay un hueco de unos 20 m/2. Allí vivía una familia al fondo y también un sitio de descarga de herramientas.
En este mismo lugar del final del “patio”, a la izquierda andando unos pasos, era un rellano de 6 m/2 cubierto. 
Frente la entrada vivía la portera del “patio”. A la izquierda de la portería, vivíamos nosotros.

En el momento que escribo, es como si viera la puerta de entrada. ¡Abro la puerta!. Hay un pequeño hall. 
A la derecha estaba la cocina. Esta es muy pequeña, sin agua ni desagüe. 
En verano había un hornillo que se encendía con astilla de pino, “teas” y carbón de encina. 
Por la mañana mi madre ponía el puchero. Era de judías, otros días lentejas, otro cocido. 
Hay una anécdota de mis padres, refiriéndose al cocido… Fué la casualidad. Mi abuela materna ponía cocido casi todos los días.
Era el mejor arreglo para los nueve hijos, que con los abuelos eran once de familia. Así todos se alimentaban bien. 
¡Pero mi madre estaba cansada de cocido!... Mi padre cuando se casaron la comentó: "¿Sabías que el cocido es lo que más me gusta?".  Él pensaba que ella  no sabría guisar por ser modista. Cuando mi madre lo supo creo que la dio un ataque de risa.
A nosotras también nos gustaba mucho el cocido. Esa anécdota se ha comentado con frecuencia en la familia.
Sigo con la cocina; Ésta tenia campana de obra para los humos. Los inviernos que son tan fríos, mi madre encendía la placa. 
Se usaba carbón piedra o de bola. Daba mucho calor. Había una carbonería detrás de nuestra casa en  la calle Siena,   
El W.C. era comunitario y estaba fuera, en el “patio”. Aunque no había agua, mi madre dio a luz  a los cuatro hijos en casa,
ayudada por la prima de mi padre, comadrona. A la izquierda del hall, había un perchero grande de arriba hasta el suelo.
Doy tres pasos y está la habitación de mi hermana y mía. ¡No había puerta!... Era cortina de color oro con ganchos imitando manos.
Esos adornos imitando "manos”, nuestra madre nos obligaba a limpiarlas con Sídol. Un limpia metales que existía en esa época
y también existe ahora.

En nuestra alcoba, había un mueble lavabo con espejo y la palangana. Debajo del mueble estaba la jarra de agua para lavarnos.
A los lados del mueble de madera, tenía unas asas para las toallas y una pieza blanca con flecos bordada de adorno para tapar 
la toalla. Nuestra alcoba, era también nuestro sitio de juegos “al  escondite”. Éramos muy juguetonas. 
Había un cesto de mimbre para la ropa sucia grande. Allí nos escondíamos. También en el armario de guardar nuestra ropa.
Era de pino color hueso con un espejo. Nos escondíamos en él y no sé si fué mi hermana o yo... lo volcamos. 
No se rompió el espejo, pero no lo podíamos levantar hasta que llego mi madre. ¡No nos pegaba! 
  
También nos escondíamos entre el somier y el colchón de lana. Como éramos tan delgaditas, mi hermana no me encontraba. Era con quien jugaba.
Ella era 16 meses menor. Tenía 6 años y yo 8.
Como esos escondites ya eran muy vistos, entrábamos a la habitación de nuestros padres y hacíamos lo mismo. Nos cansábamos de jugar. 
Salíamos al comedor, cogíamos la gramola, poníamos los discos de piedra 
del cantante de ópera Fleta, de Beethoven, Bach, Mozart y otros clásicos. 
Lo que más poníamos era el vuelo del moscardón, que tanto nos gustaba. 
Sin querer se rompieron casi todos los discos.

Mi madre cosía para la calle y a nosotras nos dejaba jugar mientras ella entregaba la ropa.  Una vez cogimos la máquina de fotos, e invitábamos a las amigas cuando salían de la escuela. Jugábamos a fotografiarlas, nos poníamos  posturas... ¡nos reíamos mucho todas nosotras!
Ellos con tal que no saliéramos, nos dejaban jugar.
La máquina fotográfica era de fuelle con placas de cristal. Esa máquina, ya no la usaba mi familia.
Mi madre también en un corto tiempo, puso un puesto de hilos en el mercado de Canillas.
Fuimos mi hermana y yo muy poco a la escuela. Era cerca de ese mercado. Tengo fotos de la escuela.
Nos fotografiaban con un libro en la mano. Recuerdo que a la maestra la llamábamos Dª Paz y en otro lugar estaban los chicos. 
Era Don Ambrosio. A veces nos daban unos bocadillos de sardinas, otras, nos llevaban de excursión. 
Tengo buenos recuerdos de esa escuela. Mis padres privadamente nos educaron muy bien y con mucho cariño.
La profesora conocía a mi madre, e iba a ella y le decía que nos portábamos muy bien. 
Hacíamos dibujo de adorno en el cuaderno cuando era historia y se lo quedaba la maestra. 
Mi padre estudió con su prima, que terminó la carrera de matrona, profesora en partos. 
Él no pudo terminar de practicante porque no tenía tiempo por el trabajo del taller. La guerra estropea todo.
      
Sigo con mi casa; Por tener solamente 45 metros la casa, al salir de la alcoba de mis padres, sin puerta, la cortina era como la de nuestra
habitación, todo igual los adornos dorados etc... Estaba el comedor. Era la pieza más grande. Una ventana muy hermosa. 
Debajo de ella, mi madre tenía su máquina de coser. “Singer” o “Alfa”. ¡No  me acuerdo bien! 
Nos asomábamos a la ventana. Frente a nosotros teníamos muchos vecinos, amigos. 
La calle era ancha y larga. A derecha e izquierda  había muchas casas. A la derecha estaba el taller de  mármoles.
Se escuchaba música desde mi balcón. Esos vecinos nos alegraban la vida.

Había un pianista con su mujer. Los dos invidentes. Él tocaba muy a menudo su piano. 
En ese mismo portal, vivía un matrimonio amigo de mis padres. Estos señores les invitó a su casa para que vieran un trabajo. 
Era un "futbolín", decía inventado por él. Tuvo tanto éxito en esa época como en la de ahora.
Al final de la calle había un colegio con muchos niños. Los balcones de la escuela hacían esquina a la carretera de Aragón.
Subiendo la misma calle a la derecha, como dije anteriormente, estaba el taller de mármoles y siguiendo ésta, 
había un campo con terraplenes.
Cuando de niños salíamos a jugar, bajábamos  la cuesta y llegábamos al mercado de canillas.  
Si el camino lo tomábamos por la Carretera de Aragón, llegábamos al mismo sitio; El mercado de Canillas.

Había un pero; nos gustaba más ir por alrededor del terraplén ¡era más divertido!.
También nos pillaba mas cerca. Había una fuente que la llamábamos Fuente de “La Rana”.
Las niñas íbamos con los botijos de barro para el agua. Era muy buena  y “gorda”. Salía a raudales. 
Tenía un pilón grande, con un grifo en forma de Rana. He soñado muchas veces con la “Fuente de La rana”. 
Estaba el antiguo “ventorro”. También  el “Calero”. La "Calle del Arroyo” era del arroyo Abroñigal.
 
     
     

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