martes, 26 de marzo de 2013

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Gracias a la tía de mi padre, pudimos levantar cabeza.
Cuantas cosas hemos probado en la casa bajera en que vivió mi padre con su tía, a la que siempre recuerdo con mucho cariño.
Sin ese local no hubiera podido hacer nada. Era un alquiler muy barato y la dueña no quiso nunca subir la renta:
En nuestra casa todos trabajábamos. Mi padre salía de casa a las seis y media de la mañana para entrar al parque móvil.
Era mecánico de mantenimiento de los coches y cuando salía de su trabajo a las tres de la tarde, comía y se marchaba al taller de su sobrino, que anteriormente fue suyo y de su hermano para hacer los muebles de nuestra peluquería.
  
Hizo un tocador con perfiles de hierro, para sujetar un cristal muy fuerte que nunca se rompió. Fue pintado el cristal por debajo, del mismo color verde que el  hierro. El tocador era largo todo lo que daba el local. Teníamos una barra para los pies, todo el largo del tocador y podíamos poner los sillones en el lugar que nos hacía falta para nuestro trabajo. Los espejos colocados a la altura del tocador, de lado a lado. La mesita de manicura a juego de los muebles. Pusimos luz fluorescente, pero la luz que entraba de la calle era extraordinaria por estar al sur. Las butacas cómodas forradas de piel, todo muy coqueto. Tuvimos de aprendizas varias niñas
y algunas se hicieron muy buenas ayudantas. Mi hermana se estaba haciendo una buena oficiala, ya cortaba el pelo muy bien.
Yo en esa época, tenía una costumbre para enseñar a las niñas que querían aprender conmigo a cortar el pelo, lo hacía de una forma muy singular; las ponía un blog de papel barba y las dibujada una cabeza con las medidas de los mechones de pelo y según el largo que pretendíamos hacer. Explicándolo bien aprendían la técnica rápido, eran listas. La práctica ya lo veían cuando yo cortaba el pelo, como así lo aprendieron mis hermanos. Ahí estaba el éxito de nuestra empresa.

Ahora se ve esta enseñanza con los videos para profesionales. En mi época no lo había. Sí se hacían muchas demostraciones por profesionales. A mí, me interesaba que aprendieran bien, lo consideré siempre muy importante y ellas lo agradecían porque aprendían bien y rápido.


Ocurrió una anécdota muy curiosa; Una de las chicas que vino a ofrecerse de aprendiza, la dije que la probaría, la tuve unos días y la cogí. La niña, el primer día de incorporarse a su trabajo vino con su madre para conocerme. La señora me dijo que había ido al párroco de nuestra iglesia del Carmen, para saber qué clase de personas éramos. Me hizo mucha gracia, porque la niña tendría 14 años, y pensé  ¿cómo será esta niña qué viene su madre?... ¿será muy cortita, y me costara enseñarla?  ¡no fue así!... Fue una de las mejores oficialas que tuve.
Se quedó muchos años con nosotros. Cuando deje la peluquería al casarme, esa niña ya mujer siguió trabajando con mis hermanos. Todas se hicieron muy profesionales, fueron competentes y trabajadoras. Estuvieron aprendiendo en nuestro local muchas personas. Algunas muchachas aprendían y después se marchaban a otras peluquerías del centro de Madrid. También sucedía que se hacían mayores y se colocaban por cuenta propia. ¡La gestoría que teníamos se encargaba de llevar todo!

  

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