Mi hermano todavía era muy pequeño, cumplía los 10 años y
solo pensaba en estudiar y jugar. Algunos domingos iba al Parque de Retiro con
su colegio La Salle. Nos traía cajitas de jabón Heno de Pravia. Ya empezaba a gustarle el deporte como a nuestro padre y
tíos, iba a patinar a la Avenida de los toreros porque había una gran explanada y
mucho sitio para correr. Aprendió a nadar con mi padre, pero no le atrajo el ciclismo
como a ellos. Cuando salíamos al campo y al Rio Jarama o de Paracuellos, algunas
veces le gustaba pescar con ellos. Recuerdo que íbamos a la escuela de mi
hermano La Salle, invitadas por los
profesores cuando hacían la fiesta fin de curso. En una ocasión fueron a actuar los que
después fueron muy famosos Tip y Coll.
Nosotras seguíamos con nuestro trabajo y mi madre administraba lo que yo la entregaba. Nos ayudó muchísimo con la limpieza de las toallas, ella se encargaba de todo y seguía haciéndonos la ropa. A diario íbamos con bata blanca hecha por nuestra madre, hoy día no gusta. En aquella época no se sabía quién era la dueña o encargada de la empresa, todas íbamos Iguales. A mí me gustaba mucho ese uniforme. Cuando empecé este trabajo, era costumbre ir de blanco y lo lleve desde que fui aprendiza hasta que deje el oficio. Con el tiempo, a las peluqueras les parecía mejor un cambio de estilo con la ropa y se fueron quitando esas batas. Empezaron los uniformes muy graciosos para las empleadas. Nosotras teníamos señoras de todas las clases sociales. Para mí, tan importante era nuestra portera que venía para arreglarse el cabello, como la señora de un embajador, que en esa época el chofer llegaba con su traje de librea. Cuando salía del coche la señora, las clientas que la veían bajar, decían; ¡Mira quién viene!. Yo no lo veía porque estaba trabajando. Cuando bajaba los escalones de la peluquería, hacían como si no hubieran visto nada, aunque chocaba. Ahora no se ve un chofer con traje de librea. ¡Pasado el tiempo no se da importancia a esas cosas!. En aquella ocasión al ser verano teníamos las puertas abiertas y con unas cortinas tipo cáñamo de colores para evitar las moscas. Daba gusto trabajar en verano, porque era muy distraído ver pasear a la gente por la acera tan ancha. Pasaba el tranvía, los coches...
Nosotras seguíamos con nuestro trabajo y mi madre administraba lo que yo la entregaba. Nos ayudó muchísimo con la limpieza de las toallas, ella se encargaba de todo y seguía haciéndonos la ropa. A diario íbamos con bata blanca hecha por nuestra madre, hoy día no gusta. En aquella época no se sabía quién era la dueña o encargada de la empresa, todas íbamos Iguales. A mí me gustaba mucho ese uniforme. Cuando empecé este trabajo, era costumbre ir de blanco y lo lleve desde que fui aprendiza hasta que deje el oficio. Con el tiempo, a las peluqueras les parecía mejor un cambio de estilo con la ropa y se fueron quitando esas batas. Empezaron los uniformes muy graciosos para las empleadas. Nosotras teníamos señoras de todas las clases sociales. Para mí, tan importante era nuestra portera que venía para arreglarse el cabello, como la señora de un embajador, que en esa época el chofer llegaba con su traje de librea. Cuando salía del coche la señora, las clientas que la veían bajar, decían; ¡Mira quién viene!. Yo no lo veía porque estaba trabajando. Cuando bajaba los escalones de la peluquería, hacían como si no hubieran visto nada, aunque chocaba. Ahora no se ve un chofer con traje de librea. ¡Pasado el tiempo no se da importancia a esas cosas!. En aquella ocasión al ser verano teníamos las puertas abiertas y con unas cortinas tipo cáñamo de colores para evitar las moscas. Daba gusto trabajar en verano, porque era muy distraído ver pasear a la gente por la acera tan ancha. Pasaba el tranvía, los coches...
Era muy alta, vistosa y elegante. La preguntaban donde se peinaba y me recomendó mucha gente.
También ellas fueron recomendadas por otras señoras del barrio de Ventas. Nos hicimos muy amigas y nos apreciaron mucho. Vivian en la Carretera de Aragón. La carnicería estaba en el mercado de Canillas. Las gustaba contar la anécdota de los calcetines cuando había gente. Cuando conocieron a mi hermana también la quisieron mucho.
Fue muy importante para mí, el respeto que nos tuvieron las clientas a pesar de lo muy jóvenes que éramos. Durante la semana trabajábamos desde las ocho de la mañana todo seguido hasta las ocho de la noche. Siempre quedaba gente dentro, se nos hacía muy tarde. Algunas veces terminábamos a las 10 de la noche. Las mujeres de los comercios cuando cerraban los suyos, se acercaban a nuestro local para ver si las podíamos arreglar. Las cogíamos, cerrábamos y quedaban dentro. Cuando terminábamos mi hermana y yo de arreglarlas salían por el portal. Ya hable de ese portal en otra ocasión. Teníamos la entrada por la calle y por el portal, pero desde la calle se veía luz y los amigos de mi padre se lo comentaban; "Tus hijas trabajan mucho...". A mi padre no le gustaba. El tema de siempre era el mismo. Él nos decía; "¡las niñas se marchan a su hora y vosotras teníais que hacer lo mismo!" Pero mi padre no sabía lo que es este oficio, porque la gente al día siguiente tenía que abrir sus negocios y las venía muy bien que yo las cogiera.
Me encanta como escribes Emma. Continúa contándonos como era nuestro barrio de Ventas antaño.
ResponderEliminarSaludos
Gracias Elpi.
Eliminar